A Javier Krhae aunque empezó a popularizarse a principio de los años ochenta –sobre todo con sus actuaciones y su disco en "La Mandrágora" (1981)– le conocimos, años atrás, a través de su hermano Jorge, que, a finales de los setenta, cantaba a dúo con Rosa León.
Jorge, a veces, cuando presentaba alguna de sus canciones, solía concretar que la música era suya, pero que la letra era de su hermano Javier, que se la había mandado desde Canadá, y así fue como, sin que estuviese presente, empezamos a admirar a aquel personaje llamado Javier –prácticamente desconocido– que lo mismo nos provocaba y nos encantaba con sus textos tiernos y hasta románticos –cantándonos, por ejemplo, "Nos ocupamos del mar"–, que, a continuación, nos arrancaba una carcajada desenfadada y perversa al escuchar sus canciones satíricas con títulos tan sugerentes y atrevidos como "El obseso sexual" o "El vicio en el hospicio".
Fue años después cuando le conocimos personalmente y cuando pudimos constatar que nos encontrábamos ante uno de los creadores más lúcidos, más ingeniosos y más divertidos de nuestra música popular; un artista especialmente atractivo por la mezcla –en apariencia contradictoria– de irreverencia y de ternura que transmitía en sus canciones.
Javier nació en el barrio de Salamanca, de Madrid, en 1944, y se educó nada más y nada menos que en el colegio de El PIlar, de los marianistas, educación básica, católica y disciplinada, que, con el paso del tiempo, quedaría demostrado que nada, o poco, le influyó en el desarrollo de su personalidad, en sus creencias y, sobre todo, en la forma de entender la vida, radicalmente opuesta a la que sus maestros –sin duda, con toda su buena voluntad– intentaron inculcarle.
Del colegio pasó a la universidad para iniciar sus estudios en la Facultad de Económicas, donde permaneció dos años, hasta que tomó la decisión de suspenderse académicamente a sí mismo, atraído, primero por algo más lúdico y más divertido como el mundo de la publicidad, y después, por Annick, una muchachita canadiense de la que estaba absolutamente "colgao". Tan "colgao" que de la noche a la mañana, decidió autoexilarse a Canadá para poder estar con ella.
Autoexilio al que Javier, años más tarde –con su tono irónico característico– le dedicó la canción "Canadá, Canadá": «Claro está que me interesa / la española cuando besa / incluso si no es de veras, / pero puesto a echarme novia / sin ninguna xenofobia / yo fui a tierras extranjeras / de las allende los mares / porque allí me daba achares / las más preciosa nativa. / Y fue dulce mi autoexilio / y salió de aquel idilio / de novia definitiva.»
En Canadá además de compartir su vida con Annick, trabajó en una librería y como profesor de español e intérprete para presos e inmigrantes ilegales sudamericanos, hasta que un buen día, la cosa empezó a complicarse:
«Justamente fue la dieta / la que en la dicha completa / empezó a introducir fallos: / mi aparato digestivo / decía reiterativo / “me apetecen unos callos”. // Abrazando a mi pareja / le conté la triste queja / de este estómago castizo: / “lleva treinta y nueve lunas / sin probar las aceitunas / ni el gazpacho, ni el chorizo…” // Ella dijo: “lo comprendo / y me perece estupendo / ir yo a descubrir Europa”. / Y, embarcando la maleta / y ella y yo en una goleta, / nos vinimos viento en popa.»
De Canadá a París y de París a Madrid, donde Javier conoció y entabló amistad con Chicho Sánchez Ferlosio.
Chicho le animó para que empezara a cantar sus propias canciones, y Javier Krahe –venciendo su timidez y su aparente y encantadora "sosería"–, comenzó a hacerlo en bares como La Aurora o Vihuela; primero acompañado por su hermano Jorge, y, después, de Alberto Pérez.
Lo que Krahe cantaba era radicalmente diferente a lo que la mayoría de los llamados cantautores componía e interpretaba en aquel momento, su presencia venía a romper, de forma descarada, el molde del concepto de cantautor, o de nueva canción que, en los años setenta, estaba en pleno apogeo.
La ruptura que Javier Krahe protagonizaba consistía, básicamente, en no dejarse atrapar en las redes del "aburrido" verbalismo ideológico y en no cantar directamente contra la "dictadura política", sino hacerlo contra lo que podríamos llamar la "dictadura moral", es decir, contra los tabúes y los comportamientos autorrepresivos que la gente solía imponerse a sí misma, de forma dócil e irreflexiva, como consecuencia del llamado "nacional catolicismo"; moral domesticadora y deshumanizante que predicaban los políticos del régimen franquista en alianza con la Iglesia "oficial". Una falsa moral que, por poner un ejemplo, situaba el erotismo y la libertad en las relaciones amorosas y en el ejercicio de la sexualidad como uno de los más "confesables" pecados que podía cometerse.
Por esa línea creativa discurrieron, y no han sido muchas, las canciones de Krahe en las que adoptó una postura de carácter estrictamente político o de una directa reivindicación ideológica, y cuando las creó –porque el cuerpo se lo pedía–, siempre lo hizo "jugando" de manera magistral con las palabras punzantes y con las metáforas precisas que más podían irritar a los destinatarios de sus mensajes. Pensemos, por ejemplo, en canciones como "La hoguera" –contra la pena de muerte– o "Cuervo ingenuo" dirigida claramente a Felipe González –en ese momento presidente del Gobierno–, por su postura frente a la integración de España en la OTAN.
A excepción de algunas canciones como las citadas, en la mayoría de la obra de Javier lo que destacaba y lo que prevalecía era su mordaz ironía frente a las realidades y las situaciones cotidianas de la gente; situaciones en las que, desde su punto de vista, se manifiestan actitudes y comportamientos autorrepresivos y deshumanizadores que menoscaban el ejercicio de la libertad personal como valor incuestionable.
Planteamiento creativo, o forma de crear que, en cierta ocasión, me llevó a definir a Krahe como «un surrealista del hiperrealismo –a la vez, tierno y mordaz, apasionado y serio, espontáneo y completo, cachondo y dramático–; y un poeta de la realidad contemplada desde el ángulo de lo que lo cotidiano puede tener de ridículo y de farsa».
Con esos planteamientos y con sus canciones, Javier Krahe –sobre todo en los años setenta y ochenta– acertaba en dar donde más dolía. Por una parte, con su irreverencia y con su aparente "libertinaje" conseguía que los puritanos y "meapilas" de turno se escandalizaran y se rasgaran las vestiduras. Para ellos resultaba indignante, por ejemplo, "ruegos" como el dirigido por Javier a "San Cucufato" en su primer LP "Valle de lágrimas" (1980).
«He perdido el amor, contraje matrimonio / y la paz conyugal me ha matado el insomnio genital. / Cumplo como varón porque aún tengo reflejos / y mi buena mujer no va mucho más lejos. / Yo solía pasar largas horas de fiesta... / ahora, cuando ha lugar nos echamos la siesta y a dormir. / ¿Dónde está la avidez, dónde está el arrebato? / Mi dormida pasión dame, San Cucufato. / San Cucufato, te enciendo este cirio. / Devuélveme el amor, aquel viejo delirio. / San Cucufato, los cojones te ato: / si no me lo devuelves no te los desato.»
Pero, por otra parte, a la vez, Javier, con sus canciones, conseguía que fuéramos capaces de reírnos de nosotros mismos y de tomar conciencia de que lo importante, en este "valle de lágrimas", es vivir y disfrutar de la vida en libertad para que nunca nos pueda llegar a pasar lo que a "El Topo" –personaje y canción integrada en su segundo LP en solitario, titulado "Aparejo de fortuna" (1983).
«El topo dijo: ¡qué caray / siempre viviendo bajo tierra / sin darme una vuelta por ahí, / ni que estuviéramos en guerra! / La vida pasa sin color / por este oscuro laberinto, / voy a salir al exterior / a ver si veo algo distinto. // Así, este topo que jamás / vio más allá de sus narices, / que conoció todo lo más / una patata y tres lombrices, / diciendo “chao, hay que vivir” / a su mundillo subterráneo / salió dispuesto a descubrir / de nuevo el mar Mediterráneo. // Acababa de anochecer / cuando emergió de su recinto / y había que reconocer / que aquello no era muy distinto. / Y, sin embargo, al animal / le pareció tan deslumbrante / que le irritaba el lagrimal / la luna en su cuarto menguante. // “Yo nunca he visto ni un farol, / yo siempre he estado en la penumbra, / ahora que veo este gran sol / la vista no se me acostumbra”, / el topo dijo. Y se volvió / corriendo para su topera / de donde nunca más salió. / ¡Ay, qué vida tan puñetera!»
A partir de sus dos primeros discos y de su participación con Sabina, Alberto Pérez y Antonio Sánchez en los directos y en el disco "La Mandrágora" (1981), Krahe no ha dejado de sorprendernos con sus magníficas canciones y con sus discos, a cual más sugerente: "Corral de cuernos" (1985), "Haz lo que quieras" (1987), "Elíjeme" (1988) –grabado en la sala Elígeme– "Sacrificio de dama" (1993), "Versos de tornillo" (1997), "Dolor de garganta" (1999), "Surtido selecto: recopilatorio y no autorizado" (2000) y "Cábalas y cicatrices"(2002).
En 2004, a partir de una iniciativa de Pablo Carbonell, los responsables del sello discográfico "18 Chulos Records" decidieron rendirle un homenaje a Javier Krahe con la grabación de un doble CD en el que un numeroso elenco de artistas y admiradores de Javier interpreta sus canciones, entre ellos Rosendo, Enrique Morente, Alejandro Sanz, Pablo Carbonell, Gemma y Pavel, Mónica Molina, Joan Manuel Serrar, Moncho Alpuente, Juaquín Ssbina, Diego "El Cigala", Pepín Tre, Santiago Segura, Luis Eduardo Aute, Javier Ruibal, Miguel Ríos, Pedro Guerra, Albert Pla, Carmen París, Diego Carrasco o El Gran Wyoming; hermosísima obra a la que se adjunta el documental, en formato DVD, "Esta no es la vida de Javier Krahe", dirigida por Ana Marugarren y Joaquín Trincado.
Dos años más tarde Javier Krahe publicó su disco "Cinturón negro de karaoke" (2006) y dos magníficos discolibros: "Querencias y extravíos"(2007) –que se incluye un CD con 11 canciones grabadas en directo y un libro, de Paloma Leira, titulado "Charlas con vago burlón"–: y "Toser y cantar" (2010) –discolibro igualmente con 11 canciones y una amplia "reflexión sobre las canciones de Krahe" creada por Miguel Tomás-Valiente, titulada "De mil amores"; e ilustrada por Octavio Colis.
Más recientemente vio a la luz el último disco grabado en estudio por Javier titulado "Las diez de úlltimas" y el CD "Javier Krahe en el Café Central de Madrid", obra grabada en directo en el mítico Café Central, en 2013; un trabajo en el que le rinde un tributo a la mítica sala madrileña en la que solía cantar habitualmente.
Muchas felicidades por tan completa biografía de este cantautor poco afamado pero muy interesante y excelente...!!!
ResponderEliminarLos siguire en Facebook en canción de autor, de dónde me enteré de este sitio. Saludos desde Chiapas México