QUINTÍN CABRERA nació en Montevideo (Uruguay), el 25 de abril de 1944 y falleció en Madrid el 19 de marzo de 2009.
Quintín fue, y lo sigue siendo en su obra, un cantor –músico y poeta– que se caracterizó, sobre todo, por su gran humanidad; una humanidad sencilla, generosa, comprometida y solidaria que fue adquiriendo, desde muy pequeño, gracias a presencias tan significativas para él como la de su padre, obrero y militante socialista que amaba la música y del que aprendió –según el mismo recordaba– «que para ser revolucionario hay que hacer las cosas con amor».
Forjado en ese clima de compromiso y de humanidad, Quintín empezó a componer sus primeras canciones ya a los dieciséis años, cuando, tras la muerte de su padre, los compañeros del Liceo Nocturno le regalaron su primera guitarra.
«Fue entonces cuando empecé a hacer canciones para mí y para mis amigos –le comentaba Quntín a Luis Suárez Rufo, en una entrevista publicada, en 1976, en la revista Ozono–, y, sin darme cuenta, advertí que lo que hacía emocionaba a un cierto número de gente. [...] Así, estudiando por la noche –magisterio y agronomía, que nunca terminé– y trabajando por el día (fui camionero, vendedor, empaquetador, oficinista, carpintero...), llegué a ir agrandando mi pequeño círculo de oyentes».
A principios de los años sesenta, Quintín se integró en el Comité de Arte Popular, que dirigía el musicólogo Casto Canel, y tuvo su primera actuación en público, como cantante, en el teatro Zitlowski, de Montevideo.
En 1967 viajó a Cuba, junto con otros creadores, entre los que se encontraban Marcos Velásquez, Daniel Viglietti o Aníbal Sampayo–como integrantes de la delegación uruguaya–, para participar en la celebración del "Primer Encuentro Internacional de la Canción Protesta" celebrado en Varadero.
Aquel histórico encuentro –del que surgiría posteriormente la Nueva Trova Cubana– fue organizado por la Casa de las Américas de Cuba y se celebró a partir del 24 de julio de 1967, con la participación de cantantes de dieciséis países: Chile, Uruguay, Perú, Argentina, Paraguay, México, Cuba, Haití, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España, Portugal, Italia, Austria y Vietnam.
Su objetivo fue mantener, durante tres días, diferentes sesiones de trabajo para analizar, a nivel internacional, los aspectos comunes de la llamada en aquel momento "canción protesta", así como analizar conjuntamente las vinculaciones de ese movimiento musical y poético con la lucha en defensa de la liberación de los pueblos oprimidos y contra la discriminación racial.
El encuentro concluyó con la redacción de una Resolución final en la que, entre otras, apareció la siguiente afirmación: «La canción es un arma al servicio de los pueblos, no un producto de consumo utilizado por el capitalismo para enajenarlos [...]. La tarea de los trabajadores de la canción protesta debe desarrollarse a partir de una toma de posición definitiva junto a su pueblo, frente a los problemas de la sociedad en que viven».
Para Quintín Cabrera, participar en aquel encuentro fue una experiencia muy importante y definitiva para su vida como compositor y como intérprete, sobre todo porque le proporcionó la gran oportunidad de conocer y de poder intercambiar puntos de vista y canciones con creadores de 16 países, entre los que figuraban Carlos Puebla –cubano–, Luis Cilia –portugués–, Rolando Alarcón y Ángel e Isabel Parra –chilenos–, Oscar Matus –argentino–, Oscar Chávez –de México–, Julius Lester y Barbara Dane –estadounidenses–, Claudio Vinci –francés–, Martha Jean Claude –haitiana–, o Raimon, que acudió en representación española.
«Aquélla fue la gran oportunidad de descubrir que si alguna vez habíamos caído en el error de pensar que estábamos solos, no lo estábamos –comentó Daniel Viglietti–. Nos encontramos desde todos los continentes la misma actitud de búsqueda, de denuncia, con unas formulaciones más o menos parecidas».
Respecto a Quintín, la escritora cubana Clara Díaz Pérez, recoge, en su libro "Sobre la guitarra" (Ed. Letras Cubanas, 1994), la siguiente anécdota: «Una tarde –ya casi de anochecida–, todos los participantes del encuentro sostuvieron una charla amistosa e informal con Fidel Castro, que finalizó con un concierto familiar e improvisado en el que Quintín Cabrera interpretó su canción "El fantasma" –dedicada al Che–; Fidel, al escucharla, exclamó: “Lo que canta ese chico es mucho más directo y eficaz que un mitin”.»
Finalizado el encuentro cubano, Quintín tuvo varias actuaciones en La Habana, Varadero y Santiago, y participó, junto con Carlos Puebla, en la filmación de un corto para la televisión francesa.
Poco tiempo después, viajó a París, a Suecia y, seguidamente, a Barcelona. «Mi llegada a Barcelona, en 1968 –comentaba Quintín–, fue absolutamente casual. Estaba trabajando en Suecia, donde no me renovaron el contrato de trabajo, por lo que debía abandonar aquel país en un tiempo relativamente corto; entonces encontré un vuelo chárter a Barcelona que resultaba muy barato, y heme aquí.»
Ya en Barcelona, además de seguir componiendo, empezó a interpretar sus propias canciones en un gran número de recitales celebrados dentro y fuera de Cataluña –siempre en defensa de los derechos humanos y de la democracia–; y se licenció en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Bellaterra.
Trabajó como periodista –especializado en música– en radio, prensa y televisión, y se estrenó en el mundillo discográfico con su canción "Milonga sobre cantores", en un histórico disco colectivo, titulado "Todo está muy negro" (Discos Cactus, 1973).
En 1975, Quintín Cabrera grabó su primer LP: "Yo nací en Montevideo" (Edigsa-Le Chant du Monde, 1975), disco de carácter eminentemente autobiográfico en dos sentidos: Por una parte, por la presentación que nos hace de su tierra y de su gente en canciones como "Yo nací en Montevideo", "Vidalita del desierto", "Mi padre, el compañero", o "Ferrán" –dedicada a uno de sus hijos.
Por otra parte, en aquel disco Quintín incorporó canciones basadas en textos de poetas y cantores uruguayos a los que admiraba, como Carlos María Gutiérrez, Aníbal Sampayo –de quien interpreta, magistralmente, la canción "Qué vida"– y Marcos Velásquez, con dos temas: "No puedo hablar" y "Juan", canción especialmente bella y solidaria dedicada a un obrero, “creador del planeta y de su pan”.
En aquel primer disco, además, Quintín incorporó el poema "Solament", escrito en catalán, lengua que, en su afán desmedido de integración activa, aprendió a hablar a los seis meses de su llegada a Barcelona.
Su segundo LP, publicado en 1976, se tituló "De qué se ríe?" (Edigsa-Le Chant du Monde), obra que Quintín presentaba, en la carpeta del disco, con estas sinceras y entrañables palabras:
«Este segundo disco de Edigsa llega en un momento de transición, no solamente en la vida política del país, sino en mi pequeña historia particular. Son muchos los años que llevo fuera de Uruguay, y a pesar de que mis raíces son claramente uruguayas, mi vida diaria no lo es en absoluto.
Estos años he compartido todos los problemas comunes a todos los emigrantes: he sentido nostalgia, he trabajado en mil oficios (allá donde no lo querían hacer los aborígenes), he aprendido una nueva lengua, hice nuevos amigos, nueva familia, aprendí nuevos paisajes y nuevas tierras, e incluso tengo ‘problemas generacionales’: Ferrán, mi hijo mayor (cinco años), me recrimina que no cante más canciones en catalán.
He vivido en carne propia, no obstante, cosas tan hermosas como la solidaridad de clase, el internacionalismo. En realidad, este desarraigo que llevo a cuestas, compartido con cientos de miles de emigrantes, se compensa con el sentimiento solidario con todos los pueblos del mundo. Ello se refleja en las canciones; son sentimientos vivos.
Me he sentido "entre los míos" cantando no sólo en Cataluña, mi actual país, sino en toda la geografía peninsular y en Suiza, Alemania, Francia, Holanda, Italia..., y la gente me aceptó como a uno más "de los nuestros", que es lo bueno».
En aquel segundo disco, Quintín se sintió acompañado de un numeroso y espléndido equipo de músicos; entre ellos, Aureli Vila, Jep Nuix, Nicanor Sanz, Ramón Aragai, Jaume Francesc, Joan Oliver, Joan A. Bou, Eladio Rodríguez, Aureli Vila, Ernest Xancó, Rafael Escoté, “Max” Suñer, Jordi Vilaprinyó o Jordi Martí.
Entre las canciones que integraron el álbum, cabe destacar dos con textos de Mario Benedetti, musicalizados por él –"Te quiero" y "Seré curioso", más conocida como "De qué se ríe"–; la canción "Nadie se atreva a contarle", compuesta sobre un poema de Cástor; "Vaqui q’un ser" ("Aquí una nit") –de Claude Martí, traducida del occitano al catalán–; "No esconda la mano", de Víctor Lima, y cuatro canciones propias: "El Sr. Daymán Cabrera" –dedicada a su hijo–, "Por el mundo", "Canto de amor por Ciudad Ho Chi Minh" –con música de Viçent Mayol– y "En las noches de sueño".
Quintín, en 1978, completó lo que podríamos llamar su trilogía discográfica con Edigsa-Le Chant du Monde, a través de la edición de un nuevo LP titulado "Como mi Uruguay no había".
En aquella tercera grabación incluyó canciones propias y canciones basadas o inspiradas en poetas amigos, a los que Quintín quería y admiraba.
En concreto, nos ofreció seis canciones basadas en textos de poetas y compositores como Marcos Velásquez, o Eduardo Nogareda; y cinco canciones propias: "Las bestias" –que nació a partir de la matanza de abogados laboralistas que se produjo, en 1977, en la calle Atocha, de Madrid–, "Pero che!... Mateo", "A ras del suelo" –dedicada a Luis Pastor–, "Que sí, que no" y "Uruguayos campeones" –canción llena de palabras, de frases y de personajes con connotaciones claramente evocadoras de esa patria uruguaya, tan próxima y tan lejana a la vez.
Tras aquel tercer disco, Quintín Cabrera aterrizó en Madrid, donde tenía grandes amigos que le conocían y le admiraban.
Entre aquellos admiradores figuraba Manuel Domínguez, crítico musical y amante apasionado del folk y de las músicas del mundo, que, en aquel momento, había puesto en marcha un magnífico e intachable sello discográfico llamado "Guimbarda".
En 1979, Manolo le propuso a Quintín grabar su cuarto disco en su nuevo sello, y así fue como nació la que personalmente considero su obra más completa e interesante: la titulada ·"Un largo abrazo de agua" (Guimbarda, 1979).
En aquella ocasión, Quintín volvió a rodearse de un magnífico equipo de músicos y de colaboradores que intervinieron en la grabación de forma absolutamente solidaria: Fausto Díaz Bordado –que se responsabilizó de los arreglos y de la dirección musical–, Luis Pastor, Bernardo Fuster, Teresa Cano, Paco Morote, Kinito, Pascual Villaescusa, Luis Mendo, Rafael Puerta, Gonzalo Ferrari Prezioso, Nito Corrazo, Eduardo Hernández Videla, Gladys Cabrera y el inolvidable Rufo, que tan importante fue para nuestra música popular y tanto hizo por ella.
Respecto a las canciones de aquel disco, hay que decir que todas fueron compuestas, música y letra, por Quintín, menos la titulada "Amor que tens ma vida", canción basada en una melodía provenzal del siglo XVI; bellísimo tema, hermosamente tierno, que fue el primero que el cantante uruguayo aprendió tras su llegada a Cataluña.
Entre 1979 y 1995, haciéndole frente a la llamada crisis de los cantautores que se produjo tras la transición democrática española, Quintín Cabrera siguió componiendo canciones, ofreciendo sus recitales –muchos de ellos en solidaridad con alguna causa justa y necesaria– y, sobre todo, implicándose en todo tipo de iniciativas que tuvieran que ver con el mundo de la música y de la canción de autor, del que nunca dejó de ser un militante activo y apasionado.
Una de aquellas iniciativas que, en su momento, resultó útil e interesante fue la fundación del llamado Centro de la Canción ZECA, en recuerdo al grandísimo creador portugués José Zeca Afonso.
Aquel centro surgió, fundamentalmente, como una plataforma reivindicativa del género de la "canción de autor", y, en esa misma línea, como punto de encuentro para aunar el esfuerzo de los cantantes respecto a la apertura de canales, o de espacios, para la expresión y la difusión de sus creaciones.
En 1995, al tiempo que realizó un intenso trabajo como secretario de ZECA, Quintín grabó y reapareció en el mundo discográfico con un nuevo disco al que llamó "Plenilunios" (Delicias Discográficas, 1955), obra arreglada y dirigida musicalmente por Andrés Bedó, en la que colaboraron, entre otros artistas y amigos, Javier Bergia, Pablo Guerrero, Eliseo Parra, Luis Pastor y José Antonio Labordeta.
Seis años más tarde, en 2001, Quintín Cabrera decidió hacer una especie de síntesis musical del camino recorrido, que concretó en la edición de un CD en el que volvió a interpretar dieciséis de sus canciones más significativas.
Aquel trabajo, titulado "Casi, casi, una vida" (Temps Record, 2001), se grabó en la sala Manuel de Falla de la Sociedad General de Autores y Editores, en Madrid, con Eliseo Parra como coproductor.
Quintín a partir de la grabación de aquel disco no cesó de componer canciones y de cantar allá donde se reclamaba su voz y su música comprometida y solidaria; actividad que realizó sin parar hasta que, lamentablemente, sufrió una dolencia pulmonar que no pudo superar, falleciendo el 12 de marzo de 2009.
Pocos meses antes de su muerte y de que se le practicara un fallido trasplante de pulmón, Quintín Cabrera grabó su último disco "Naufragios y palimpsestos" (2008); obra publicada dentro de la colección "El canto emigrado de América Latina" dirigida por Fernando González Lucini.
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