Rafael Iglesias Toraño (Rafael Amor) nació el 5 de noviembre de 1948, en Belgrano, barrio tradicional de Buenos Aires.
Su padre, don Francisco Iglesias Amor, fue un famoso cantor, compositor y actor argentino. Su madre, María Toraño, era artesana y dirigía un taller de bordado.
Entre 1959 y 1962, Rafael vivió en Valle Hermoso, provincia de Córdoba, donde cursó sus estudios primarios. «Iba a la escuela nacional n.º 145 Capitán Cevallos. Era una escuelita pobre y semiabandonada como todo lo estatal en aquella época. Tenía tres o cuatro aulas pequeñas con dos hileras de pupitres desvencijados, tatuados con nombres, corazones, vivas al Boca o al River y manchas de tinta. Tinta que fabricábamos nosotros mismos y que guardábamos en unas botellas para llenar los tinteros blancos que encajaban en un agujerito del pupitre. También recuerdo que había un globo terráqueo desteñido y algún que otro mapa de hule zurcido.»
En aquellos años escolares, Rafael vivió dos circunstancias que, sin duda, influyeron en su futuro como compositor y como intérprete: su asistencia a un festival de folclore que se celebraba en Cosquín, a pocos kilómetros de Valle Hermoso –que le causó un gran impacto–; y el descubrimiento de la guitarra y de sus misterios, primero a través de Emiliano Castillo, cartero de la localidad que le enseñó unos cuantos acordes, y poco después gracias a doña María Bazzini Barros que le enseñó a afinarla.
«Cuando yo vivían en Valle Hermoso andaba con la guitarra todos los días. Sabía tres acordes que me enseñó Emilio, cartero del pueblo, y con eso me arreglaba para cantar todo, pero se me presentaba el problema de la afinación. Me ponía a cantar en el banco de piedra de la entrada de casa y todo el pajarerío ante mis gorjeos desmedidos, emigraba. Un día pasó una señora muy simpática y multicolor, y muy sonriente me dijo: "Che, tenés que afinar esa gutarra que es un desastre". Y ahí nomás la agarró, empezó a darle vueltas a las clavijas y sonó un "sol mayor" como un amanecer. Era doña María Bazzini Barros que tocaba la guitarra y le gustaba cantar. Me enteré donde vivía y allí iba cada vez que tenía que afinar la guitarra hasta que me enseñó como lo hacía. Nos hicimos muy amigos»
Posteriormente, de regreso a Buenos Aires, Rafael Amor comenzó a estudiar el ciclo secundario en el colegio Hipólito Vieytes, donde conoció y se hizo amigo de Carlos Gándara –”Carlitos”–, con quien, a parte de los estudios, compartió dos de sus pasiones preferidas: la música y la diversión.
En 1966, Rafael y Carlos decidieron formar un conjunto folclórico llamado Los Norteños con el que representaban al colegio en las fiestas patrias que se celebraban tanto en el propio centro como en otras escuelas, con preferencia, por supuesto, si asistían las señoritas.
«Recuerdo –escribe Rafael– que íbamos con un look, como se dice ahora, nacionalista, con poncho y pañuelo al cuello, el pelo totalmente engominado y peinado hacia atrás. Era la última onda el tocar la guitarra y cantar zambas y chacareras. Las autoridades del colegio, en su afán de figurar, hacían la vista gorda con la cuestión de los ensayos, que eran permanentes. Vivíamos en la vieja sala de mapas y cuando algún profesor nos llamaba para tomarnos la lección, uno de nuestros seguidores –que teníamos muchos y en todas las aulas– le contestaba: ˝Está ensayando...˝; justificación harto suficiente que nadie se atrevía a discutir».
De aquella forma, lo que, en principio, fue una pura actividad escolar se convirtió en algo ya muy próximo a lo profesional. Decidieron lanzarse a cantar en varias peñas de Buenos Aires y alrededores; en particular, en dos muy conocidas y populares, la Casa de Margarita Palacios y el Rancho Ochoa. Tuvieron la oportunidad de actuar en televisión en el programa "El show de mediodía", que dirigía Raúl Matas, y consiguieron hacerse muy populares.
Poco tiempo después aconteció algo inesperado: Carlos Gándara, uno de los fundadores del grupo tuvo un accidente de tráfico, se vio obligado a dejarlo y el grupo se disolvió.
A partir de aquel momento, Rafael Amor inició su carrera artística en solitario actuando en varias peñas y acudiendo a la radio y a la televisión siempre que tenía una oportunidad.
En 1968 intervino en el Festival de Baradero, donde interpretó, con gran éxito, la canción "Malambo", que había compuesto su padre.
Tres años más tarde, en 1971 participó en el Festival de Cosquín como representante de la ciudad de Buenos Aires y conoció a Mercedes Sosa y a Armando Tejada Gómez.
A partir de aquel momento tuvo claro cuál debería ser, en el futuro, su línea de creación como compositor y como poeta; línea creativa que concretó, en 1972, con la grabación y la edición de su primer LP, "Cosas de todos para todos" (EMI-Odeón).
Aquel primer disco fue presentado por Miguel Ángel Giovagnoni con las siguientes palabras:
«Porque tiene la ternura del niño inmenso que nos queda guardado cuando el hombre nos alcanza. Porque se le cayeron encima todos los siglos del boliche y la enorme filosofía de la vida y de la calle. Porque guarda la frescura y la pureza que nos buscamos cada día haciéndole un agujerito a la rutina. Porque en cada surco encontrará una lágrima o una sonrisa que se le antojarán suyas. Porque, en definitiva, "Cosas de todos para todos", de Rafael Amor, no es un simple disco para escuchar, sino para vivirlo y sentirse protagonista. Por todo eso le invito a escucharlo: ¡Adelante!, le espera la sensibilidad y la verdad de un poeta al que le sobra mucho azul de adentro para pintarle esperanza a la vida.»
Editado su primer disco, Rafael decidió rescindir su contrato con la discográfica EMI-Odeón para trabajar con Martín Meyer, productor independiente, con quien preparó su segundo LP, que se grabó en España; concretamente, en Barcelona. Aquel segundo LP, grabado en 1973 con el acompañamiento de la Orquesta Gustavo Beytelmann, y editado por DIRESA (Discográficas Reunidas de España, S. A.), se tituló "El hombre vino del barro". Álbum en el que se incluyó, por ejemplo, un bellísimo tema llamado "Con la libertad", en el que Rafael ya dejaba nítidamente claro cuál era su pensamiento y su postura ideológica; tema muy significativo de su obra.
Tras la grabación de aquel disco en Barcelona, Rafael se trasladó a Madrid, donde permaneció prácticamente un año; durante ese tiempo, cantó en diversas peñas que a mediados de los setenta estaban en pleno apogeo, y tuvo una curiosa actuación en el Parque de Atracciones, presentada por Torrebruno.
A finales de 1975, tras haber contraído matrimonio con Delia, y haber tenido su primera hija, llamada María Paula, Rafael decidió volver a Argentina, concretamente a Buenos Aires. Es evidente que su país, su ciudad y sus gentes le “tiraban” mucho.
Pero ese retorno duró poco tiempo, dada la situación política en que se encontraba el país; estaba a punto de producirse el golpe de Estado que colocó a Videla en el gobierno de la nación, y, en consecuencia, la posición de los demócratas y de los amantes de la libertad, como Rafael, era peligrosa y arriesgada.
El 11 de marzo de 1976, pocos días antes del anunciado golpe de Estado, Rafael Amor regresó a Madrid y se incorporó a su trabajo en las peñas; sobre todo en Peña 4, situada en Argüelles; en Peña 3, en la calle Alcalá, frente al Retiro, y en la Sala Toldería.
En septiembre de ese mismo año, intervino por primera vez en RTVE. Fue en el programa "Directísimo", que conducía y presentaba José María Íñigo. Rafael lo recuerda en su libro "Viajuras" en los siguientes términos:
«Allá por el año 76 tuve la oportunidad de actuar por primera vez en RTVE, la mejor televisión de España –como se solía decir–, porque sólo había una. Mi debut fue en "Directísimo", programa estelar que dirigía y presentaba José María Íñigo. En plena época de la transición, canciones como "No me llames extranjero" y "Elegía a un tirano" fueron un gran éxito, por supuesto, visto y comentado en todo el país.
»El primer impacto lo recibí cuando llevé a mi hija María Paula a la placita que estaba justo frente de mi casa en la calle Santa Hortensia, del barrio de Prosperidad. Las mismas vecinas que por mi apariencia estrafalaria –por lo del pelo y la barba, ya saben– solían mirarme con recelo, me rodearon, y es justo decirlo, con una gran alegría, como si el triunfo televisivo hubiera sido un poco de ellas también, bueno, para eso era uno del barrio. Creo que hasta me encontraron guapo y todo.»
Aquellas canciones que Rafael interpretó en televisión terminaron de popularizarse tras la grabación de su tercer LP, "No me llames extranjero" (Movieplay, 1976); disco producido por Gonzalo Reig, en el que colaboró como arreglista Jorge Cardoso, extraordinario compositor argentino.
De aquel disco, una de sus canciones más impactantes fue la que le daba título: "No me llames extranjero"; canción convertida en una especie de himno de la población latinoamericana que habitaba en aquel momento en España, y que actualmente sigue teniendo total vigencia en nuestro país como un hermoso canto al respeto y a la solidaridad hacia aquellas personas que, procedentes de cualquier parte del mundo, hoy comparten con nosotros su existencia.
Seguidamente, entre 1977 y 1983, Rafael Amor grabó los discos siguientes: "Personajes" (Movieplay, 1977), "El loco de la vía" (Movieplay, 1979) y "Diez años en España" (Movieplay, 1983); en este último disco rindió su particular homenaje a las Madres de Mayo, en el que formuló –cantando– una hermosísima declaración de amor –"Amor mío"– dirigida a la Argentina, su país, siempre recordado y añorado, y hacia el que algún día concretaría un regreso definitivo.
Durante esos mismos años, además de la grabación y la promoción de los discos anteriormente citados, Rafael ofreció cientos de recitales por toda España, actuó con cierta asiduidad en las salas Toldería y Rincón del Arte Nuevo, y montó diferentes espectáculos y presentaciones de su obra en teatros madrileños como el Palacio de la Música (1977), el Alcalá Palace (1979), el Olimpia, de Lavapiés, y el Centro Cultural de la Villa (1980).
Años también importantes para Rafael, desde el punto de vista familiar y afectivo, puesto que le nacieron tres hijos más: Francisco Pablo (1976), Delia Ana (1979) –pintora e ilustradora de extraordinaria calidad– y Rafael Salvador (1980), que, con el paso del tiempo, seguiría la trayectoria musical, poética e interpretativa de su padre; concretamente, en 2007, editó su primer disco: "¿Qué nos pasó?", en el que interpretó sus propias canciones y dos de su padre –"La mariposa" e "Y no teníamos más que amor"–; disco ilustrado por su hermana Delia.
SALVADOR AMOR |
En junio de 1983, Rafael –junto con Olga Manzano, Manuel Picón, Claudina y Alberto Gambino–, pusieron en escena y estrenaron, en el teatro Salamanca, de Madrid, el espectáculo titulado "Sudaca".
Tres años más tarde, con motivo de una crisis depresiva, provocada por una afección a las cuerdas vocales mal diagnosticada, tuvo la fortuna de vivir una experiencia de verdadera amistad y compañerismo que para él llegó a ser definitiva e inolvidable, tanto desde el punto de vista personal como profesional.
«Una de las personas que me demostraron una amistad profunda y generosa fue Alberto Cortez –reconoce Rafael–, quien me invitó, a manera de estímulo, a su gira por América. Cantamos en Perú, en la Semana de Integración Cultural Latinoamericana, en Colombia, en Ecuador, Venezuela, Santo Domingo y Puerto Rico; todo en un inmejorable clima de fraternidad y trabajo, lo que fue curando mis angustias, porque, además del éxito artístico, los sucedidos que adornaban lo cotidiano ponían la sal que daba pie a la risa durante los descansos y los viajes, que, por cierto, fueron muchos.»
En uno de aquellos vijaes a América, en concreto a Buenos Aires, a finales de 1988, grabó dos canciones: "Corazón libre" –en la que cantó con Mercedes Sosa y Alberto Cortez como invitados– y "Violeta", canción que interpretó con el acompañamiento, al acordeón, de Antonio Tarragó Ros. Temas que incorporó a su nuevo disco "Corazón libre", editado en Argentina, en 1989, y presentado en el teatro Premier, de la calle Corrientes, en Buenos Aires; presentación que, inesperada y lamentablemente, coincidió con el fallecimiento de su madre.
A aquel disco lo sucedieron los siguientes: "La tangués" (1992) –editado en Argentina–, "Un directo de amor" (Fonomusic, 1994) –grabado en vivo en la sala Toldería–, "La crisálida... y otros milagros" (Fonomusic, 1997) –en el que, entre otras canciones, incorporó "Palabras para después", dedicada a sus hijas–, "Batemusas" (1998) y "Amor" (2000) –ambos editados en Argentina– y dos grabados en directo en la sala Galileo Galilei, de Madrid: "El mundo se mueve" (2001) y "Barricantos. 30 años de memoria" (2003) –obra en la que destaca la participación en los textos y en la música de sus hijos Francisco y Salvador–, "A mi la calle" (2007), el libro/disco "El cantavidas" (2008) –dirigido y producido por Fernando Gonzalez Lucini dentro de la colección "El canto emigrado de América Latina"–, "Independencia" (2010) y "La gota y la piedra" (2012).
Enumerar todas las actividades emprendidas o protagonizadas por Rafael Amor en la década de los años noventa y en los inicios del siglo XXI sería una tarea compleja, sobre todo por su cantidad y variedad; él es uno de los artistas que, dada su gran popularidad, era reclamado para cantar por todos los rincones de España. No obstante, merece la pena destacar algunas de esas actividades especialmente importantes o significativas:
Por ejemplo, el estreno, junto con Olga Manzano y Daniel Petruchelli, del espectáculo "De aquí y de allá"; importante acontecimiento musical que tuvo lugar en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, el 7 de diciembre de 1995.
Otro momento de su vida artística que para Rafael Amor fue especialmente importante y emotivo fue su participación en el XIV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en La Habana, en 1997.
Más recientemente, a mediados de 2007, Rafael tomó la decisión de trasladarse a vivir a Argentina; aventura compartida con Pilar Campos–Pili–, compañera del alma con la que, desde 1988, comparte su vida.
Nada más llegar a Buenos Aires siguió cantando “como quien respira” –que diría Celaya– y grabó un nuevo CD titulado "A mí la calle" (Acoua Records), obra presentada por Rafael con el siguiente texto que retrata, nítidamente, los rasgos más característicos de su personalidad y de su obra:
«Siempre fui de la calle. Deambulo por ella lleno de curiosidad y asombros. Metido en la muchedumbre con su ritmo frenético, me gusta oler la ciudad, latir su pulso, capturar rostros, miradas, gestos, e ir catalogando soledades: los que hablan solos, los que escuchan voces, aquellos que tienen virtuosas cinturas para gambetear la vertiginosa histeria transeúnte con un quiebre de cadera o un sobrepaso, esos que están en la calle urgidos por sobrevivir entre la mendicidad y el descaro, los que todos los días creen tener una nueva martingala para ganar en la ruleta del pan, los traficantes de inocencia y dignidad, los dueños, que patean las puertas al entrar y los que se las abren genuflexos. Caínes con gesto de Abeles y Abeles llenos de Caínes y la gente que sonríe y se toma un café con un amigo.
En la calle uno pierde cosas que traía de la madre, de la casa, y encuentra otras que se le hacen carne. Uno pierde candidez y gana códigos, aprende a convivir con los cirujas, los zarpados, los chantas de todos los colores, los que tienen chapa de vivos, los boludos, los pesados y apretadores, aprende a conocer en los ojos de los otros cuánto dura la paciencia, a esquivar sopapos y a meter una mano en el momento justo... a dar la mano, también, en el momento justo.
Por la calle vemos el pueblo, porque es donde nos han dejado, en la calle. Vamos cargados de razones con una bandera única en definitiva, la de la justicia. Esa calle no les gusta, la calle piquetera, cartonera, prestimana en los semáforos, lavaparabrisas, la calle cortacalle, la de las familias durmiendo en los umbrales, la de los viejos abandonados a su suerte, la de los pibes insomnes que trashuman tachos de basura y se dan con pegamento, pero, mal que le pese, existe y la ve cualquiera que salga a la calle y mire –no como acostumbran a salir con los ojos cerrados, los oídos tapados y la boca sellada–; a veces ganamos algunas peleas y otras tenemos duras derrotas, pero seguimos peleándoles la calle. Aquí van estas canciones que traigo de mi madre, la que me dio el ser, mi vieja querida, María, que me enseñó el amor, el trabajo, la vida y muchas otras bellas cosas, la calle, donde mamo a diario mi leche de poeta y la lucha, que me ha hecho más humano”.
Hay que decir también, que aunque residiendo en Argentina, Rafael y Pili no dejaron de volver a España para reencontrarse con los amigos, regalarnos sus canciones y hacernos disfrutar de su presencia.
Toda una vida de canciones y cantando que tuvo, un inesperado y doloroso fin el 23 de diciembre de 2019 en la localidad de Lanús, provincia de Buenos Aires.
Fotografía de JUAN MIGUEL MORALES |
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