Clima familiar, positIvo y feliz, como reconoce Alberto, que supieron crear y alimentar Ana y José, sus padres, y que compartió con su hermano más pequeño, Raul.
Cuenta la poeta Laura Etcheverry, que el origen de la afición de Alberto a la música y, más concretamente, a la canción, le viene de su curiosidad por la radio; afición a la música y a la canción que Alberto maduró y explicitó, a los doce años, con la composición de la que se cuenta fue su primera canción: "Un cigarrillo, la lluvia y tú".
Por aquellas mismas fechas, finalizada la educación primaria, Alberto se trasladó a casa de sus tíos Leonor e Isidoro, que vivían en San Rafael –ciudad situada en el sur de la provincia de Mendoza–, para continuar sus estudios de secundaria en el colegio Manuel Ignacio Molino, y los de música en una academia que funcionaba en la localidad.
«Tía Leonor, hermana de mi padre, y su esposo Isidoro, coformaban un matrimonio muy bien avenido, armónico y sin hijos –recordaba Alberto–. En la enorme ternura de ambos y en el celo con que asumieron el encargo de mis padres, me sentí arropado y seguro. Desde el primer día de convivencia se estableció entre los tres, mis tíos y yo, un clima de confianza y simpatías mutuas que iba a durar sin fisuras los cinco maravillosos años que permanecí con ellos en San Rafael.
»A escasos cincuenta metros de la casa de mis tíos, sobre la avenida San Martín, existía una confitería, llamada París. Sus dueños, Baldomero y Antonio Tapia, eran miembros de una numerosa familia de bunos músicos y cantores. En el interior de la confitería, después de atravesar la zona de venta al público, había un salón con unas cuantas mesas adonde la gente acudía a tomar el té por las tardes. Contra una de las paredes había un piano vertical al que ya se le notaban los años y las muchas batallas musicales en las que había participado.
»Al tiempo que asistía al colegio por las mañanas, por las tardes acudía a una academia de música. Mi familia consideró que era una pena abandonar los estudios de piano que había iniciado con entusiasmo y buenos resultados en mi pueblo cuando apenas había cumplido los seis años. Como en la acemia no se me permitía tocar nada "de oído" ni nada que no estuviera en los severos libros de estudios, el desvencijado piano de la París pronto fuel el desfogador de mis vehemencias romántico-juveniles. Por las tardes, cuando no había clases de gimnasia o de música, con la excusa de tomar un helado, algunos compañeros de estudios me rodeaba y yo interpretaba, cantando y acompañándome al piano, las canciones en boga de la época.
»Poco a poco, me fui convirtiendo en protagonista de las tardes de la París, ya no solo para mis compañeros de curso, también para la clientela habitual del té con "masitas". Revisando en mi memoria aquellos momentos de mi vida, tiempo en que el entusiasmo se sobreponía con generosidad a la perfección musical, es decir, cuando en cada nota y en cada frase se notaba más el corazón que la sapiencia, no dejo de sentir una cierta nostalgia melancólica. Tiempo pasional de descubrir el valor sublime de la música y la poesía en su estado más puro».
Fue justamente en aquellos momentos, a finales de los años cincuenta, cuando irrumpió en la sensibilidad y en la vida de Alberto un conjunto musical llamado Los Chalchaleros, que sensorialmente supuso para él una ráfaga de aire fresco que llegaba del norte, y que le traía los sonidos más auténticos del folclore argentino.
Al poco tiempo, en 1957, sin duda bajo el impacto de Los Chalchaleros, surgió en San Rafael–en torno a la confitería Paris– otro grupo local al que llamaron Los Andariegos, en el que Alberto participó durante un tiempo.
En 1958, finalizada la educación secundaria, Alberto se trasladó a Buenos Aires para estudiar en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Se hospedó en una pensión de la calle Libertad, 281, y, poco a poco, aquella hermosísima ciudad le fue conquistando y atrapando.
«Recién llegado a la capital, ingresé en la Facultad de Derecho y Ciencas Sociales de la ciudad de Buenos Aires con la peregrina intención de llegar a ser abogado. Digo peregrina porque me seguía tirando la música y el canto. Descubrí un piano magnífico en el aula magna de la Facultad y, a partir de entonces, gastaba más tiempo en él que en la biblioteca estudiando libros de derecho.»
Pronto Alberto dejó de estudiar y empezó a dedicarse plenamente a la música. «Por las noches, con la guitarra a cuestas, pedía permiso en los bares americanos para cantar amenizando la astucia de las chicas en sacarles tragos caros a los clientes. Cantaba de bar en bar y me hacía con bastante dinero proveniente de las propinas que las chicas conseguían para mí.»
Durante aquellos años, fue también vocalista de varias orquestas –entre ellas, la Jazz San Francisco–, con las que viajó practicamente por todo el país.
Precisamente en el viaje que realizó a Santiago de Estero, conoció al músico Hugo Díaz, quien le propuso –al igual que se lo había propuesto en su momento a Carlos Montero– que se integrara en un grupo para realizar durante seis meses, una gira por Europa con un espectáculo titulado Argentine National Ballet and Show.
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Luis Landriscina (humoristas actor), Alberto Cortez y Hugo Díaz. |
Alberto, lleno de curiosidad por conocer Europa, aceptó la propuesta y el 2 de julio, junto con Carlos Montero, Hugo y Victoria –compañera de Hugo– y un bailarín apellidado Ferreira, salieron del puerto de Buenos Aires, a bordo del Provenza, con destino a Gérnova. Llegados a Génova, tomaron un tren hasta Amberes, y presentaron por primera vez su espectáculo en Knokke Zoute (Bélgica).
En aquellas circunstancias, Alberto Cortez vivió dos acontecimientos que marcaron para siempre su vida:
El primero fue la admiración que le causaron su voz y su forma de cantar a Willy van the Steen, importante productor discográfico, y, a la vez, director artístico de la empresa Moonglow Records, admiración que se tradujo en la grabación de un primer disco con canciones no escritas ni compuestas por Alberto, pero que, interpretadas por él, alcanzaron un éxito insospechado.
«En noviembre del año 1960, en los estudios Deca, de Bruselas, acompañado de Hugo Díaz y de Carlos Montero, dimos forma a lo que fue mi primera grabación en Europa bajo la supervisión del productor Willy van the Steen. Los títulos grabados en aquella primera ocasión fueron: "Las palmeras", "El sucu sucu", "El vagabundo" y "Mi dicha lejana". Aquel disco tuvo enseguida una excelente recepción. "El sucu sucu" se convirtó en un clamoroso éxito inmediatamente.»
El segundo acontecimiento importante vivido por Albeto a su llegada a Europa fue su encuentro con Renée Govaerts en Bélgica, extraordinaria pintora de la que se enamoró y que ha sido su compañera fiel, amada e inseparable.
El gran éxito alcanzado por Alberto en Europa trascendió, por supuesto, a España –sobre todo con su canción "Las palmeras"–, y Enirque Martín Garea –en aquel momento director de la discográfica Hispavox– le propuso firmar un contrato para grabar y distribuir sus discos en el mercado español, portugués y latinoamericano. Contrato del que, una vez firmado, surgió el primer disco de Alberto Cortez en España.
Por aquella misma época, Alberto Cortez y Carlos Montero se desvincularon de Hugo Díaz –que regresó a Argentina con su esposa–, y, en 1964, decidieron fijar su residencia en España, lo que Alberto hizo tras contraer matrimonio con Renée en Aarschot.
A partir de aquel momento, establecido ya en España, las grabaciones y los éxitos de Alberto –identificado entonces como Mr. Sucu-Sucu– se multiplicaron; sobre todo, se editaron numerosos singles con canciones bien interpretadas pero, en general, de corte muy comercial; canciones entre las que figuraban algunas compuestas por él mismo, como "Boni, bonita", "Mini minifalda", "Me lo dijo Pérez" –con la que Karina participó y ganó el festival de Mallorca, en 1965–, "Me has encontrado" o "Un millón de te quieros".
Su éxito, indiscutible, en ningún caso le condujo a un fácil conformismo o a un estancamiento, sino todo lo contrario; representó para él un auténtico reto y una magnífica plataforma, que le sirvió para plantearse –con su extraordinaria sensibilidad– hacer lo que realmente quería: componer una canción de calidad, una canción verdadedramente poética.
Con esta intención, y, por supuesto, después de madurar serenamente sus nuevos proyectos, decidió preñar su canto de poesía y presentarse en directo, en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid, ofreciendo un recital magnífico que poco tenía que ver con su etapa anterior, solo la rotunda fuerza y belleza de su voz, la seriedad con la que siempre se tomó su trabajo y la guitarra de Carlos Montero que, en aquel momento, le seguía acompañando.
En aquel concierto, Alberto, volcándose en la poesía que más tenía que ver con su identidad latinoamericana, interpretó tres canciones de Atahualpa Yupanqui –"El arriero", "Los ejes de mi carreta" y "El Alazán"–, dos de Pablo Neruda, con música de Vicente Bianchi y Ramón Ayala –"Poemas 15 y 20"–, tres temas de Jaime Dávalos y Eduardo Falú –"Vidala del nombrador", "Romance del molinero" y "Albahaca sin carnaval"– y tres correspondientes al poeta chileno Óscar Castro –"Romance de barco y junco"–, a Pedro Cladera y Abel González –"Litugia huarpe"– y a Carlos Brito y Rosario Sansones –"Sombras"–.
El concierto celebrado en el teatro de la Zarzuela se recoge en el disco "Poemas y canciones" (1967).
Muy poco tiempo después, el 19 de diciembre, Alberto para reafirmarse en su opción poética y en su postura cultural respecto a la cancion, volvió a ofrecer un nuevo concierto en el teatro de la Zarzuela en esta ocasión acompañado por la orquesta de Radio Televisión Española, dirigida por Waldo de los Ríos, e interpretando a poetas como Antonio Machado, Félix Lópe de Vega, Francisco de Quevedo y el Marqués de Santillana, a los que él mismo puso música. Dicho concierto se recogió en el LP "Poemas y canciones II" (1968).
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